"... y así, después de caminar un rato, sabiendo que Odiseo era solo una posibilidad, Penélope recogió sus partes, se reconstruyó y decidió caminar.
Por intuición se sobrepuso a sus amantes, tal vez, presientíendolos como más equívocas posibilidades, y por el ojo de una aguja pasó tímida y segura...a cantar su propia letra, a escribir lo suyo y pintar sus colores..."

jueves, 26 de junio de 2008

Relato de una imagen OniRÍcA...



Pre-Aviso
El tiempo corre tan rápido como una se lo propone, es excusa, es defensa, es escenario o ultima fila,
El lugar varía pero las historias son las mismas, dan cuenta que el escenario no define un buen libreto.
Esa feria parecía más un mercado persa de mediados del siglo XX que la misma calle que transita cada mañana, quinto piso, escritorio de la izquierda.
Ese domingo rutinario, denso, soleado, alegre para el resto, paseó el perro dió tantas vueltas como pudo para encontrar algo nuevo de ese pedazo de mundo, tan suyo, tan de cualquiera. Algo raro venía pasándole esos días como un triste final de una novela de la que solo leyó un par de capítulos.
Siempre desde chico había fantaseado con la ilusión de saber todo de todos, de todas las maneras posibles, así había desarrollado cierta facilidad para descubrir las mentiras y pérdidas. Desde chico, cuando descubrió que no existían los reyes. De adolescente cuando supo que ya no valía la pena luchar por Natalia, esa suerte de femme fatal con uniforme de escuela, que aun hoy duda si alguna vez supo cuántas hormonas le revolucionaba. Y de adulto cuando dejó a su mujer porque simplemente supo que ya no la amaba.
Aun así, esta vez no sabía bien que pasaba, si la vida, si las cosas, si el país, si lo que sea…
Y como en las casualidades el diablo siempre mete la cola, estaba ella, envuelta en tantos trapos como olor a sahumerios tenía encima, y sus cartas y su magia, y su ropa y sus olores…y sus cartas….
Era una mesa de tarot en un puesto callejero de la feria más concurrida de toda la ciudad. Ella tan misteriosa como el mazo que llevaba y traía con la mano izquierda, mientras la derecha lo invitaba a sentarse.
Mover con la mano, extenderlas en la mesa y él siguió las instrucciones con la obediencia de un buen perro de raza.
Ella le ordenó que preguntara, y su ansiedad aumentaba.
Ella le ordenó que preguntara, él se alegró que su amante no estuviera con otro. Que su hijo no anduviera en algo “raro” y que le quedara poco tiempo de vida. No llego a entender, hasta que fueron cayendo una a una las palabras del oráculo, como pesadas gotas de la primer lluvia de invierno, poco-tiempo-de-vida, pocos días, pocas horas, en definitiva, poco tiempo. A él que había fantaseado con la ilusión de saber todo de todos, de todas las maneras posibles, que había desarrollado cierta facilidad para descubrir las mentiras y pérdidas.
¿Opciones?, pocas.
Hundirse en el peor de los silencios, depresión, alcohol, noche.
O vivir la vida de un trago, sin perder ni un segundo, tomar todo el aire en sus pulmones e ir exhalando de a poco para estirar cada segundo de vida. Hasta que llegue ese último.
Dejar que la vida se vaya o quitársela, después de todo nunca había permitido que nadie le ganara de mano en las decisiones, el decidió dejar. Dejar de amar, dejar de salir, dejar de vivir. La fecha era el 8, el 8 del 8, ese día él decidiría irse antes de ser echado de su propio cuerpo. Y pensó, pensó cada detalle, cada paso, cada suspiro, cada centímetro de aire que usaría ese día, después de todo no siempre se reciben ultimátum para quitarse el peso de una vida sobre los hombros que ya más de 40 años había resistido.
El arma lucía bella, más que las mujeres que habían pasado por su almohada, más que los cigarros que lo acompañaban en la biblioteca, más que su preferido whisky etiqueta azul. Brillante como los ojos de su cantante favorita de jazz, ese estilo viejo, negro, under y desafiante que tanto le sugería, en las noches que ya no le quedaba nada en que pensar, ni nadie con quien dormir.
En planes pasaron los días, sus últimos días.
8 de agosto, mañana.
8 de agosto, tarde.
8 de agosto, noche.
10 de la noche, 11 de la noche , el límite de las 11:59 estaba cerca, había tenido el privilegio de elegir los minutos en que le ganaría al destino mismo su propio final. Muerto por su propio pulso y no por los caprichos que la vida elegía, él estaba avisado, las cartas eran la señal que afirmaba sus intuiciones. Y qué mejor confirmación que la de los arcanos. Era así. Inevitable pero el ganaría. Pensó cada detalle todo ese día. Lo volvería a hacer, ya está cerca.
Su habitación, la que había visto tantas caras, tantos abrazos, tantos abrazos urgentes y hasta alguno con afecto que no se animó a devolver, que su cobardía no le dejó devolver. La pintura roída en las esquinas, los placards altos de buena madera, como él.
Miró y pensó su cara en el espejo, le pasaba, lo mismo que a veces, no lograba reconocerse, no lograba verse, pasando más allá de los ojos verdes de su padre que los tenía ahí mismo a cada costado de su nariz, sus labios grandes como los de su madre, pero estos ya se habían olvidado de confesar palabras de cuna, solo escupían números de oficina.
Tal vez sus hijos lo llorarían, pero solo un poco, queda mal ser insensibles y después de todo nadie les había enseñado a mostrar lo que sentían, probablemente porque esos otros tampoco lo sabían y la ignorancia exime de culpas. Él lo sabía bien.
Y su perro encerrado en la cocina, no quería que su fiel pareja de desayuno viera su llorón final. Las 12 era el tiempo límite, no había duda confirmado por la alianza intuición y arcanos su final era 8, no llegaría al día 9. El día 9 haría caer sus expectativas de muerte con pre-aviso.
Miró nuevamente su habitación, su piel, su arma, su mano… su reloj.
Su reloj, exactamente las 12: 01…era el día 9 y estaba vivo, vivo pero diferente era la primera vez que se había visto.
Se había mirado.
Se había reconocido como el fiel cobarde que se asustó de pensar que la vida podía ganarle, a él. A él que nadie le había ganado. Sólo esto no tenía previsto. Que la muerte no avisa. Sólo juega, juega a escondidas con la vida para que los cobardes aprendan a verse.

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